D.F.Maza Zavala // La geografía de la pobreza
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El Instituto Nacional de Estadística, bajo la dirección de Elías Eljuri, ha levantado un mapa de la desigualdad y la pobreza del país, incorporado en la publicación Síntesis estadística nacional, cuya versión periodística realizó El Nacional (02/05/10) y que por la importancia del tema, su actualidad y proyección merece un comentario sin pretensión de análisis. Hace tiempo el sociólogo brasileño Josué de Castro hizo una investigación famosa que tituló Geografía del hambre, en que se destaca que el hambre es un flagelo mundial, particularmente grave en las dos terceras partes de la población humana, la subdesarrollada, sumergida en el atraso, presa prematura de la muerte. La geografía humana es de fuertes contrastes, es un asiento desigual de los seres humanos, reveladora de que el progreso se distribuye muy desigualmente y hay persistentes extremos de riqueza y miseria.
Venezuela, por su petróleo, adquirió fama de país próspero, afortunado, de ingreso seguro para una población relativamente escasa. En la era del petróleo, la población creció de menos de 3 millones a 28 millones, es decir, más de 9 veces. La mayor parte reside en centros urbanos (85%), pero estos evidencian que numerosos grupos de habitantes forman el cinturón de pobreza. La relativa prosperidad se observa en los sectores residenciales de las ciudades. El índice de 32% de pobreza como media nacional que calcula el INE, oculta realidades dramáticas, característica de los promedios estadísticos: cada venezolano debe percibir alrededor de 7.000 dólares anuales, ingreso que le permitiría vivir al menos sin hambre y otras expresiones crudas de la pobreza real; lo que ocurre es que el ingreso se reparte muy desigualmente entre la población: 20% percibe en conjunto 65% del ingreso nacional, en tanto que 80% apenas sobrevive con 35%. La infraestructura física, las instalaciones de servicios básicos, la dotación de vivienda sana y segura, están fuera del alcance de esa mayoría social.
El gobierno actual ha difundido parte del ingreso petrolero bajo la forma de misiones, pensiones, subsidios, sostenimiento de milicias; pero no basta con el ingreso monetario transitorio: hay que rescatar de la pobreza a la población, ofreciéndole acceso efectivo a los servicios de salud, educación, transporte, vivienda y, sobre todo, trabajo productivo, estable, digno.
Las cifras del INE revelan fuerte desigualdad interregional: Barinas registra 52% de pobreza; Apure, 44%; Portuguesa, 42%; Delta Amacuro, 42%; Amazonas, 37%. El país del petróleo que ha percibido en los últimos 20 años más de 1.300.000 millones de dólares se divide entre los residentes prósperos de las ciudades principales, los pobres marginales de los centros urbanos y los de las zonas rurales.
Pobreza no es sólo carencia crítica de alimentos: también es vivienda precaria e insegura, niños sin escuela, graves deficiencias en la atención de salud, desempleo, caldo de cultivo de la delincuencia, lazos familiares débiles o inexistentes, inestabilidad ocupacional, basura acumulada en las estrechas calles de los barrios marginales, entre otros aspectos del rostro feo de la vida. No se deja de ser pobre porque se perciba un subsidio, una pensión, una ayuda monetaria, una cesta de alimentos. Este tipo de pobreza no revelado por las estadísticas, pero existente, debe ser superado mediante políticas sociales adecuadas, como parte de la estrategia general de crecimiento y bienestar. No se trata, por supuesto, de metas utópicas de igualdad absoluta, sino de un patrón distributivo que favorezca la difusión posible del bienestar.
Hay posibilidad y necesidad de hacerlo; para ello se requiere solidaridad social, clima de entendimiento, propósito de reintegración de la sociedad venezolana, reafirmación de la conciencia nacional: no sólo símbolos y nombres, sino procesos reales de cambio.