General Antonio José de Sucre, Gran Mariscal de Ayacucho, estimado amigo, recibe un saludo afectuoso y mis mejores deseos porque sigas disfrutando de la gloria eterna. Te ruego me disculpes el tono amistoso de esta carta, pero, mientras más conozco acerca de tu vida, luminosa y fugaz como el relámpago, consagrada a la causa de la libertad, y mientras más entiendo que tu grandeza se fundamenta en el valor, la integridad moral y la generosidad que te acompañaron siempre, más cerca me siento de tu lado humano, me siento tu amigo. Además, somos casi de la misma edad. Sí, ya sé que naciste hace más de 200 años, pero, apenas tenías 35 cuando partiste hacia la eternidad.
He podido conocer, gracias a algunas lecturas, que naciste el 3 de febrero de 1795, en el seno de una familia acomodada, en la primogénita y heróica Cumaná; que iniciaste tu educación formal en Caracas, por allá en el 1808, y que tu inclinación por las matemáticas te llevó a elegir la carrera de ingeniería. Pero, estalló la revolución, y, aunque eras tan sólo un muchacho, no dudaste un instante en tomar las armas en pos de tus juveniles y nobles sueños de libertad.
Sucre, ¡cuánta valentía y cuánto patriotismo debía albergar tu adolescente y puro corazón, para entregar tu floreciente juventud a la lucha armada por la independencia!
Casi puedo verte montado en alado corcel, paseando por las llanuras y las montañas del cielo, disfrutando de tu merecido descanso. Pero, en mi visión, no apareces vestido con tu uniforme de gran gala, ese que lucías gallardo, adornado por incontables y merecidas condecoraciones. Tampoco, te sueño ataviado con tu guerrera de combate, esa en la que pendían como medallas las experiencias de tantas y tantas batallas libradas en nombre de la gran América libre y unida, ideal compartido con el Libertador simón Bolívar y otros héroes inmortales. No te imagino, Sucre, blandiendo tu espada en ese gesto fiero y altivo, propio de los valientes, que adoptabas cuando te enfrentabas al enemigo. No, General, te imagino, en cambio, sin uniforme, puro, transparente. Porque, precisamente, la transparencia en todos tus actos, y una gran pureza de alma fueron las armas más poderosas que usaste en la paz y en la guerra. Por eso, mucho antes de que el Todopoderoso te llamara a su lado, ya, entre los mortales, eras un ángel de libertad.
Tu trajinar por los intrincados caminos que conducían a la libertad comenzó en tiempos de la Primera República, en 1811. Apenas eras un adolescente de 16 años de edad, y, bajo el mando del General Francisco de Miranda , ya dabas muestras de poseer excelentes dotes de soldado. Dos años después, en 1813, a las órdenes de los generales Piar, Mariño, Bermúdez y Valdez, con tu arrojo en el combate y tu infatigable accionar como jefe de un batallón de infantería contribuiste a lograr la reconquista de las provincias de Oriente. Era sólo el comienzo de tu fulgurante carrera en las filas del ejército patriota.
En el año de 1814, tenías tan sólo 20 años, y el Libertador te eleva al cargo de Jefe del Estado Mayor del Ejército de Oriente. Sucre, ¿te das cuenta de que esa es la edad en la que apenas estamos despertando del sueño de la adolescencia?
Tres años más trade, en 1817, Bolívar te nombra Jefe Militar del Bajo Orinoco. Ese mismo año, el Padre de la Patria te escribiría en calidad de tutor y amigo: “En cuanto Cumaná esté libre de facciosos y enemigos, le llamaré a Usted a mi lado. Y no lo haré como un favor, sino como una necesidad, o, más bien, por satisfacer mi corazón que lo ama a Usted y conoce su mérito”.
He escuchado con mucha atención comparaciones que hace la gente entre tu época y la mía. Hay quienes sostienen que en nuestro país no han vuelto a nacer hombres de tu talla, de la grandeza de Bolívar, Miranda, Páez, Negro Primero, por nombrar sólo a unos pocos de nuestros próceres independentistas. En lo personal, los considero a Ustedes nuestros Libertadores héroes inmortales, ya que vivirán por siempre en todo los que nos legaron. Pero, como bien sabes, Sucre, el contexto histórico que te tocó vivir, signado por nuestra guerra de independencia, exigía a los hombres y mujeres de esa época pensamientos y obras ajustados a realidades y concepciones muy distintas a las que conocemos hoy.
Hoy, somos una nación pacífca y moderna, gracias a que Ustedes nos legaron paz y libertad. Y, en la modernidad, existen otras formas de ser héroes. En u país como el nuestro, donde valores fundamentales del ser humano como la honestidad, el respeto y la educación están en franca desaparición, y el cual, durante muchos años, ha sido abusado impunemente por corruptos de cínico y miserable proceder, para ser héroes bastaría con ofrendar a la patria, día a día, una vida edificante, expresada en una profunda solidaridad con nuestro pueblo, y en el trabajo honesto al servicio de la Venezuela grande, que tú, mi buen amigo, Antonio José de Sucre, tanto te esmeraste en construir.
Seguiría en la lista de tus logros militares el ascenso a coronel, el 6 de de agosto de 1818. Tus ímpetus de joven soldado parecían no conocer límites. El ser dueño de una fe inquebrantable en la existencia de la América libre, y el poseer una integridad moral sin parangón, a la postre te permitiría catapultarte hacia la gloria. Al año siguiente, en 1819, luego de la Batalla de Boyacá, según narra Bolívar en una biografía que te escribiera, recibiste el nombramiento de Jefe del Estado Mayor General del Ejército Libertador. Y, en 1820, asociado al general Briceño y al coronel Pérez, negociatse el armisticio y regularización de la guerra con el general realista Morillo.Amigo Sucre, esa natural generosidad que exhibías hasta con el más encarnizado de los enemigos era una de tus virtudes que más sorprendía al Libertador Simón Bolívar. Como muestra de ello, escribió conmovido sobre el armsiticio: “Este tratado es digno del alma del general Sucre. La benignidad, la clemencia, el genio de la beneficencia lo dictaron. Será eterno como el más bello monumento de la piedad aplicada a la guerra”.
El 24 de mayo de 1822, vencerías en la Batalla de Pichincha. Tras ese memorable triunfo, cubriste los valles y las montañas de Ecuador con el manto de la libertad, y tus hombros se cubrieron con la capa de la gloria eterna. Pichincha te valió el grado de General de División e Intendente del Departamento de Quito. ¡Apenas tenías 27 años! mi buen amigo.
General, permíteme un pequeño paréntesis, para decirle a los jóvenes venezolanos que a pesar del énfasis que hago en la relación entre tu edad y las proezas que lograste, en ningún momento pretendo que emulemos tales hazañas. Ciertamente, son datos que nos llenan de asombro, pero insisto en que hay que considerar las enormes diferencias existentes entre tu tiempo y mi tiempo. Lo que sí deberíamos imitar los jóvenes de hoy es tu conducta recta y bondadosa, tu vocación de servicio, tu amor por la libertad y tu valentía para defender las causas justas. Es preciso que entendamos que si realmente queremos un país mejor, un continente mejor, un mundo mejor, debemos comenzar por mejorarnos a nosotros mismos; debemos procurar ser hombres de bien, hombres íntegros, cada segundo de nuestras vidas. Allí radica tu verdadera grandeza, Sucre, y la de todos nuestros héroes pasados, presentes y futuros.
En la Batalla de Junín, el 6 de agosto de 1824, nuevamente te sonreiría la victoria. En esa oportunidad, a las órdenes de Simón Bolívar, venciste al general realista José de Canterac. Sin pérdida de tiempo, te dispusiste a mejorar las condiciones de tu ejército; no descansaste hasta lograr la total recuperación de tus valientes hombres. En aquel momento, expresaría el Libertador: ”Ninguna atención bondadosa es indigna de su corazón. Él es el general del soldado”.
Quizás, sin saberlo, general, te estabas preparando para la más grande de tus glorias: Ayacucho, 9 de diciembre de 1824, el triunfo, la batalla final, la América toda libre. Aún resuenan las palabras del Libertador y Padre de la Patria, Simón Bolívar: “La Batalla de Ayacucho es la cumbre de la gloria americana, y la obra del general Sucre. La disposiicón de ésta ha sido perfecta, y su ejecución divina. Ha fijado la suerte de las naciones americanas. Las generaciones venideras esperan la victoria de Ayacucho, para bendecirla sentada en el trono de la libertad, dictando a los americanos el ejercicio de sus derechos y el imperio sagrado de la naturaleza”.
General Antonio José de Sucre, Gran Mariscal de Ayacucho, amigo, hasta aquí mi carta. Para despedirme quiero agradecerte por ser eterno. Hoy, más que nunca, los venezolanos debemos tener presente en nuestras mentes y nuestros corazones tu obra magnánima, para que las generaciones presentes y futuras de hombres buenos puedan convertirse en soldados de esperanza, y formen ejércitos invencibles, comandados por tu ejemplo imperecedero, y decididos a librar batallas por las causas justas de un pueblo que tiene sueños bonitos, con una Venezuela grande, pletórica de justicia, paz, amor y libertad.